Ana Cristina (cuento)
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Ana Cristina (cuento)
Erika Lun Oct 18, 2010 2:28 am
Otro cuento
Ana Cristina
Erika Harris
Esta es mi hora preferida. Es en este momento cuando dejo de lado mis múltiples ocupaciones para venir a sentarme en mi mecedora en el jardín, reflexionar sobre los pacientes a los que observo y quitarme un poco de encima la carga emocional que suponen sus cuitas y afanes. Pero la mejor parte es cuando por fin puedo hablar con ella.
Ana Cristina es hermosa. Sus manos me atraen, me llaman la atención, creo que porque nunca las he visto. Ya hace un mes que estoy viendo gente en este lugar, por cierto muy cómodo para que las personas pasen el verano y descansen de la acelerada vida de la ciudad, pero no he logrado que Ana Cristina me muestre sus manos.
¡Las manos de Ana Cristina! Ella es tan modosita que siempre las mantiene escondidas tras su breve cintura, igual que ladea con inocua coquetería su faz de facciones perfectas, como para evitar el contacto directo de sus ojos con los míos. Aunque estoy convencido de que mi mirada es uno de mis recursos más valiosos.
Recuerdo aquella ocasión, en el suntuoso balneario al que fui el año pasado. Los huéspedes comentaban mi capacidad para fijar la mirada en un punto y lograr que todo a mi alrededor desapareciera. Lo hago de tal modo que puedo dirigir mi energía en forma exclusiva a la persona que atiendo en ese momento. Los pacientes agradecen que un psiquiatra los escuche con atención.
Pero estoy divagando. Ana Cristina... Ana Cristina no es como Violeta. Tantos años dedicado a procurar conquistar el corazón de Violeta. Fue inútil. Ni todo el cariño que le dediqué logró derribar en ella ese muro de indiferencia que evitó que me amara. Creo que era muy fría y no comprendió la pureza de mi amor por ella.
Lo bueno de mi profesión es que me ayuda a superar los problemas. Fue una buena idea venir para acá. Recuerdo la primera noche. Todo se me antojaba serpentino, de colores mustios y olores ácidos. El silencio me ensordecía con sus ruidos incesantes. Sonidos que están en mi mente solitaria, en la bruma de la tristeza de mi alma.
Ya llegan los pájaros diarios. Tienen como un ataque de histeria... Se han unido todos en una cacofonía maravillosa de chillidos absurdos... Es una delicia escuchar tanta vida pródiga, sin cuestionamientos, sin complicaciones; sólo gritan porque tienen algo que decir... Ah, puntual como siempre. Ana Cristina.
-¿Cómo estás hoy, preciosa?
-Muy bien. Pensando en ti, como todos los días.
-Me preocupó que tal vez no ibas a aparecer detrás del arbusto de siempre. Me inquietó que te hubieras molestado por lo que te conté de Violeta. No quiero que creas que ésa es la opinión que tengo de todas las mujeres.
-No te preocupes. Sé que no es así. ¿De qué quieres que platiquemos hoy?
-Hoy te voy a contar de la vez que conquisté la cima del Himalaya.
Ya se fue Ana Cristina. Fue una buena tarde y estaba tan bonita. Cada vez me gusta más. Sólo que debo decirle que esa túnica gris la hace parecer una joven triste, aunque yo sé que no es así.
Miss Forero apaga la luz de la sala mientras comenta con su compañera el ritual diario de Rogelio. Es el único momento del día en que sale de su abstracción y se le ve feliz. Cuando termina su tiempo en el jardín, regresa a su mutismo hasta la hora de dormir. Toma sus píldoras y se acuesta con la cara contra la pared.
-Es cierto - responde la enfermera-. Después de cinco años, aún no se da cuenta de que la mujer de la fuente es una estatua.
Ana Cristina
Erika Harris
Esta es mi hora preferida. Es en este momento cuando dejo de lado mis múltiples ocupaciones para venir a sentarme en mi mecedora en el jardín, reflexionar sobre los pacientes a los que observo y quitarme un poco de encima la carga emocional que suponen sus cuitas y afanes. Pero la mejor parte es cuando por fin puedo hablar con ella.
Ana Cristina es hermosa. Sus manos me atraen, me llaman la atención, creo que porque nunca las he visto. Ya hace un mes que estoy viendo gente en este lugar, por cierto muy cómodo para que las personas pasen el verano y descansen de la acelerada vida de la ciudad, pero no he logrado que Ana Cristina me muestre sus manos.
¡Las manos de Ana Cristina! Ella es tan modosita que siempre las mantiene escondidas tras su breve cintura, igual que ladea con inocua coquetería su faz de facciones perfectas, como para evitar el contacto directo de sus ojos con los míos. Aunque estoy convencido de que mi mirada es uno de mis recursos más valiosos.
Recuerdo aquella ocasión, en el suntuoso balneario al que fui el año pasado. Los huéspedes comentaban mi capacidad para fijar la mirada en un punto y lograr que todo a mi alrededor desapareciera. Lo hago de tal modo que puedo dirigir mi energía en forma exclusiva a la persona que atiendo en ese momento. Los pacientes agradecen que un psiquiatra los escuche con atención.
Pero estoy divagando. Ana Cristina... Ana Cristina no es como Violeta. Tantos años dedicado a procurar conquistar el corazón de Violeta. Fue inútil. Ni todo el cariño que le dediqué logró derribar en ella ese muro de indiferencia que evitó que me amara. Creo que era muy fría y no comprendió la pureza de mi amor por ella.
Lo bueno de mi profesión es que me ayuda a superar los problemas. Fue una buena idea venir para acá. Recuerdo la primera noche. Todo se me antojaba serpentino, de colores mustios y olores ácidos. El silencio me ensordecía con sus ruidos incesantes. Sonidos que están en mi mente solitaria, en la bruma de la tristeza de mi alma.
Ya llegan los pájaros diarios. Tienen como un ataque de histeria... Se han unido todos en una cacofonía maravillosa de chillidos absurdos... Es una delicia escuchar tanta vida pródiga, sin cuestionamientos, sin complicaciones; sólo gritan porque tienen algo que decir... Ah, puntual como siempre. Ana Cristina.
-¿Cómo estás hoy, preciosa?
-Muy bien. Pensando en ti, como todos los días.
-Me preocupó que tal vez no ibas a aparecer detrás del arbusto de siempre. Me inquietó que te hubieras molestado por lo que te conté de Violeta. No quiero que creas que ésa es la opinión que tengo de todas las mujeres.
-No te preocupes. Sé que no es así. ¿De qué quieres que platiquemos hoy?
-Hoy te voy a contar de la vez que conquisté la cima del Himalaya.
Ya se fue Ana Cristina. Fue una buena tarde y estaba tan bonita. Cada vez me gusta más. Sólo que debo decirle que esa túnica gris la hace parecer una joven triste, aunque yo sé que no es así.
Miss Forero apaga la luz de la sala mientras comenta con su compañera el ritual diario de Rogelio. Es el único momento del día en que sale de su abstracción y se le ve feliz. Cuando termina su tiempo en el jardín, regresa a su mutismo hasta la hora de dormir. Toma sus píldoras y se acuesta con la cara contra la pared.
-Es cierto - responde la enfermera-. Después de cinco años, aún no se da cuenta de que la mujer de la fuente es una estatua.
Erika- Cantidad de envíos : 814
Registrado : 30/09/2009
Re: Ana Cristina (cuento)
canicheadicta Dom Oct 31, 2010 9:13 pm
Ay que triste!!!.....o que maravilla....
canicheadicta- Cantidad de envíos : 1471
Registrado : 29/09/2009
Re: Ana Cristina (cuento)
Erika Dom Oct 31, 2010 9:24 pm
No se me había ocurrido lo de maravilla, pero pensándolo bien, por lo menos era feliz..gracias por leer mis cuentos, amiga 
Erika- Cantidad de envíos : 814
Registrado : 30/09/2009
Re: Ana Cristina (cuento)
canicheadicta Lun Nov 01, 2010 2:35 pm
Eso mismo pense yo Erika, si en la locura uno logra ser feliz..pues quisiera a veces estar como un cencerro
canicheadicta- Cantidad de envíos : 1471
Registrado : 29/09/2009
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