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En el desierto (cuento)

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Mensaje  Erika Vie Feb 19, 2010 2:55 am

Maitane: generalmente mis escritos no tienden a los finales felices..jajajajaj....este cuento lo edité para que no leyeras algo trágico...hasta el nombre le cambié..jijijij

En el desierto

No era inusual observar varios rebaños pastando alrededor de la fuente de Shur, exuberante oasis en ese desierto tan alejado del Nilo, de los pozos de Mara y del valle del Jordán. Tampoco era raro que, al calor del mediodía, cuando los rayos inclementes de un sol desnudo se ensañaban sobre la tierra, los pocos verdes de las acacias, los espinos de camello y las exóticas palmeras no eran suficientes para envolver con el alivio de su sombra los cuerpos cubiertos por las túnicas de lana y el tocado en la cabeza, los pastores de uno y otro grupo se enzarzaran en discusiones que muchas veces se convertían en refriegas descomunales, entre el balido ensordecedor de las ovejas asustadas y las coces de las cabras.

En ese ambiente nómada, idílico sólo en la mente romántica de quienes no lo vivían, Yared creció y desarrolló su legendaria habilidad pastoril que lo había llevado a ser nombrado jefe de pastores del sheik Aram, rico beduino de barriga prominente y carcajada fácil que contrastaba con la férrea disciplina que imponía a sus cuatro hijas: Leah, Sarai, Raquel y Mical. Yared no era un hombre guapo, pero tenía una gracia particular, que aunada a su pericia con el cayado, la vara y la honda, le hacían atractivo para las mujeres que habitaban la caravana del clan y que le miraban con suspiros coquetos. Además, Yared cantaba. Su hermosa voz se dejaba oír cada vez que regresaba las ovejas al redil y las contaba haciéndolas pasar por debajo del cayado para confirmar que no faltara una. Acompañado de las zampoñas, que sus compañeros tallaban con maestría en las cañas que iban encontrando en el camino, Yared no sólo entretenía a los demás, sino que vertía su alma, saturada de melancolía y añoranza, en las viejas canciones que su padre le enseñara en la distante Siquem.

Fue uno de esos días de sol recalcitrante cuando su rebaño coincidió en Shur con el rebaño de Arioc, que salió de Bet-el, siguió la ruta de las aguas por Hebrón, Beerseba y Gerar, hasta el oasis. Esta era la ruta que solía recorrer ya por más de diez años, persiguiendo una primavera en cada lugar, primavera que, seguida por las lluvias invernales, prometía verdes praderas para los miles de animales que sustentaban a su grupo, tan grande como la arena del desierto y que era testigo de su ya proverbial riqueza.

Era Elimelec, hombre mayor de años cansados y experiencias variadas, el responsable de cuidar el rebaño de Arioc. Y Elimelec era el padre de Zilah, preciosa joven de cabellos de bucles traviesos y ojos habladores, que acompañaba ocasionalmente al buen hombre para abastecer su zurrón con pan, leben y queso.

Dos días después de una pelea por el derecho a los pozos, porque un grupo había puesto la piedra y el otro la quitó, en la que se llegó a un acuerdo satisfactorio, Yared y Zilah se enamoraron perdidamente. Fue un amor casi mágico, inmediato, inexplicable. Un amor rodeado de noche con estrellas escondidas tras nubes grises que danzaban ondulantes por el viento, que las acariciaba dulcemente sin saber que debajo de ellas existía una pareja soñadora, que daba pasos pequeños para no borrar la huella en la arena que marcaba el camino hacia dos corazones que se encontraron sin buscarse.

Pero no era un amor aceptable. No se admitía que dos miembros de clanes distintos, diferente procedencia, y menos de la importancia de Yared y Zilah, se relacionaran y ni pensar en lazos comprometedores, como una boda. Los matrimonios debían celebrarse entre la parentela, no con extranjeros.

Arioc y Aram, civilizadamente, sentados al amparo de sus lujosas tiendas, nada comparables con las modestas del resto de sus tribus, conversaron sobre las medidas a tomar. La pérdida más significativa fue para Aram, pues se decidió que Yared debía ser expulsado, exiliado hacia otras tierras en donde otro sheik le diera refugio. Por tan generoso gesto, Arioc haría un regalo que demostraría la gratitud por no tener que prescindir él también de su jefe de pastores.

Y se fue Yared. Zilah, mancillado su honor, recluida como virgen perpetua, castigada por haber afrentado las costumbres, lloró desconsolada, mientras imaginaba a su amado recorrer solitario el inhóspito desierto, con su alma melancólica, cantando sus tristes canciones.
Pasada la primera impresión, Zilah decidió escapar tras el hombre que había imbuido su vida de un amor trascendente; de la inmanencia de su alma en la suya; de la convicción de que su mañana no estaría completo lejos de él.

Seis meses le tomó. Vestida como un pastor común, escondidas sus formas bajo la rústica lana, con el saco pastoril colgando del cinto y sus cabellos ocultos bajo una toca de tela, recorrió caravanas, se acogió al asilo de nómadas alegres, de beduinos fatigados; hasta que lo encontró hacia el norte, cerca de su amada Siquem, con el rebaño de su padre. Después de abrazos interminables, de llantos de alegría, consuelo e incredulidad, Yared le contó que el sheik adonde fue enviado le dio libertad para regresar a su hogar paterno.

Con el consentimiento de los padres de él, se organizó la boda. Y no hubo antes una novia más hermosa o un novio más feliz. Zilah fue engalanada como una reina; la ataviaron con prendas y trenzaron sus bucles traviesos. Se pronunció la bendición, se redactó el contrato nupcial y los invitados permanecieron los siete días de fiesta para dar fe de la felicidad de la pareja y de la castidad de la novia.

La pareja fue bienaventurada y su único dolor era el distanciamiento con la familia de ella. Hasta de eso se encargó el hado. Pocos años después, Elimelec los mandó a buscar, les perdonó y cuando lo sorprendió la muerte tendido a la entrada de la cueva que se usaba como redil partió de este mundo con la satisfacción de haber enderezado un entuerto, de haber sido partícipe del bienestar y la pletórica existencia de su hija, casada con aquel pastor que cantaba al son de la zampoña, que era hábil con la vara, el cayado y la honda.
Erika
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Mensaje  canicheadicta Sáb Feb 20, 2010 12:40 am

Que bonitoooooooo!!!!!!!!!!!!!

Me gustó ese final felizzzzzz. Las cosas a veces pueden acabar bien ¿ verdad? Oigo el repiqueteo de los cencerros y la música y el alegre baile!!!

Aunque estoy de acuerdo con ERika en que inspiran mas las situaciones tristes que las alegres...igual que inspira mas canciones el desamor que el amor
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Mensaje  Maro Mar Feb 23, 2010 10:27 pm

]HERMOSO ERI, EL FINAL FELIZ NO SIEMPRE OCURRE; PERO EN ESTE CASO ERA MI DESEO MIENTRAS LO LEIA Q ASI OCURRIERA, TAL VEZ MI PARTE ROMANTICA AFLORO CON LAS PALABRAS LEIDAS. bravo
Maro
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