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El acantilado (cuento)

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Mensaje  Erika Lun Oct 18, 2010 2:34 am

El acantilado

Erika Harris



La casa en total oscuridad. Al escuchar los pasos rítmicos, el miedo manó de su interior, y como arañas lentas desde los pies, recorrió su cuerpo, llenándolo de frío glacial.

Su mente busca una salida. Desde allí no alcanza el teléfono, ni la puerta. Se acordó del ático, refugio en sus juegos infantiles. La escalera estaba a pocos metros. Desde la cama llegó al pasillo huyendo de los pasos cada vez más cercanos, como notas in crescendo de una sinfonía.

Unos escalones harían la diferencia. Comenzó a subir. Como en su pesadilla, subió, subió y subió y el desván no estaba entre las sombras. El miedo se tornó en terror. Se paralizaron sus pies, sus piernas dejaron de responder, el frío se volvió piedra en su estómago y el corazón se desbocó desquiciado.

Trató de pensar con serenidad. Retrocedió lo andado. Descubrió su error. Ya se oían en el pasillo las pisadas lentas, pesadas, firmes; casi se podía percibir la otra respiración. Estaba atrapado. Su esperanza era la ventana, un salto hacia el acantilado. Eso o lo desconocido, lo que apareció en las tinieblas, sin razón. Salió y comenzó a equilibrarse en la cornisa; estaba a punto de caer...

Y, de la manera más inoportuna, en el momento más crítico de su malabarismo forzado, su vida comenzó a pasearse frente a sus pupilas alertas, obnubilando sus movimientos que ahora más que nunca necesitaban firmeza y seguridad.

El día anterior cenó con Fabiola aquella deliciosa comida italiana que se había convertido en su único vicio ineluctable. La figura de su amiga reflejaba esa mezcla de fortaleza y debilidad que le hacía admirarla, y hasta le pareció escuchar la fuerte carcajada que acompañaba con un giro brusco de su abundante cabellera cobriza y rizada. Se rió de él, de sus pesadillas, del terror que le producía la casa de sus padres a donde regresó después de años de ausencia. Fabiola se rió, según le dijo, porque la casa era hermosa, amplia, llena de luz, arrullada por el rumor del mar que golpeaba el acantilado. Esa casa era todo un espectáculo. –Si debes sentirte feliz por poder regresar, por saberla tuya-, le comentó emocionada, con una graciosa pizca de pesto en el borde de su boca.

La pizca en la boca le trajo el recuerdo de la hierba verde recién sembrada sobre la tumba de su padre, muerto por el deterioro de una vida desgastada seis meses antes de su retorno. No pudo volver a verle, ni se dieron el fuerte abrazo que se prometió en las noches de insomnio en la ciudad de luces dormidas que le demostró que las ofertas de buena vida no significan felicidad inmediata. Luchó a brazo partido por todo: por un trabajo, por un lugar para vivir, por su posición ante la gente, por ser oído, mirado, aceptado. Y cuando ya se sentía estable, seguro, comenzaron las pesadillas; aunque sería más apropiado acotar que regresaron, porque era el mismo sueño feo de su infancia. Su infancia...

Pensar en su infancia le trajo a la película que pasaba frente a él, dentro de él, las jornadas de jardinería con su madre. Las rodillas enrojecidas, con minúsculas piedritas enquistadas en la carne ya llena de cicatrices por las caídas en los juegos con su hermanita, las manos embarradas de lodo; la excavación de pequeños hoyos para meter palitos de rosa, de geranios, de bugambilias.

Las bugambilias eran las flores veraneras más llamativas por la gran cantidad que fueron sembrando hasta lograr una artística cerca. Las había de varios colores y estallaban en grupo, en explosión de vientos sin lluvia. Era absurdo que estuvieran en la pesadilla porque en ese preciso lugar no se erguía ni tan siquiera una.

Ahora, mientras hacía equilibrios sobre la cornisa, rememoró la famosa pesadilla que consumió por años su descanso reptando entre sus neuronas.

De noche, solo en su cuarto, la casa vacía sin luces, ni ruidos. Unos pasos de compás suave, firme, remarcados contra el piso machimbrado de la vieja mansión. Las pisadas daban una suerte de fondo musical a la respiración ascendente; la respiración se iba mezclando con la suya hasta sincoparse como dos cantantes en armonía. Sale del cuarto, camina con cautela hacia las escaleras que conducen al ático. Pero las escaleras se continúan en una interminable secuencia de gradas al infinito. La buhardilla no aparece. Trata de regresar, retrocede y, al quinto paso, cae al vacío por el acantilado. Justo cuando se supone que su cuerpo se estrelle contra el mar surgen innumerables bugambilias que le sirven de colchón, pero que al mismo tiempo cercenan su carne con sus espinas.

Entonces, despierta agitado, sudoroso, se da la vuelta, y vuelve a dormir.

A dormir. Eso es lo que hace ahora sobre la baranda que da al acantilado. Y duerme y vuelve a soñar. Solo en su cuarto, resuenan pasos lentos, la casa vacía sin luces, ni sonidos.
Erika
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El acantilado (cuento) Empty Re: El acantilado (cuento)

Mensaje  canicheadicta Miér Oct 20, 2010 2:03 pm



ains que me pusistes la carne de gallina con lo miedica que soy!. Pobre hombre, supongo que sonámbulo¿ no?
canicheadicta
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El acantilado (cuento) Empty Re: El acantilado (cuento)

Mensaje  Erika Lun Oct 25, 2010 9:50 pm

qué bueno que se te puso la carne de gallina..jajajajjaja...es medio surrealista el cuento, verdad?
Erika
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El acantilado (cuento) Empty Re: El acantilado (cuento)

Mensaje  canicheadicta Miér Oct 27, 2010 1:24 pm

Erika escribió:qué bueno que se te puso la carne de gallina..jajajajjaja...es medio surrealista el cuento, verdad?

jajaja, siiii. A mi me gusta lo de pasar intriga y mieditis con los libros jeje.
canicheadicta
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